La Comunidad de Sin-Límite

Tenemos una solucion en cada libro. Podemos leer sobre aventuras, aprender lo que buscamos, evadirnos en una historia real o de ciencia ficcion. Reirnos, enternecernos, recordar, aprender, soñar o pensar con poesias especiales. Meternos en la historia de personas que han luchado por su pais, por su vida o que nadie ha conocido. Vidas de emperadores, reyes o aventureros.
Entrar en una libreria con calma y revisar lo que nos pueda interesar. Preguntar sobre lo que queramos saber.....quizas sobre magia o espiritismo. Es un lugar para encontrar otras vidas y meternos en otros temas. Tener varios libros empezados, con distintos temas en los que nos metemos segun nuestro animo. A mi me enganchan y busco momentos para leer. Siempre que el tema me guste. Me encantan las historias reales, no novelas fuera de la realidad. Saber como vivieron su historia en la China, en Africa o en cualquier situacion historica. La edad media, como vestian que medios tenian.....cada uno que elija. ¿ Que os gusta leer ?

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Respuestas a esta discusión

Estoy leyendo " Veinticinco años y un dia " de Carles Monguilod . Reflexiones de un abogado penalista. Anecdotas increibles, divertidas y reales el mundo de los abogados, fiscales, jueces, carceles etc.
Tengo aparcado el de Mario Conde " Memorias de un preso " solo he leido dos capitulos, es ameno y muy interesante en el aspecto humano, social y sobre como se va por este mundo desconocido.
Recuerdo de forma especial " Cisne negro " la historia de tres generaciones de mujeres chinas.La abuela concubina de un general, en la epoca en que la belleza de las mujeres estaba tambian en el tamaño reducido de sus pies. Tuvo una hija que crio sola y esta hija vivio toda la crudeza del principio comunista. Hasta sus propios utensilios de cocina los daban al gobierno para hacer balas. La nieta ha escrito el libro, viaja y es el reflejo de la nueva generacion actual en china. Interesante, real y muy bien escrito.
Si hay capacidad de concentración vale la pena leer y adentrarse en el mundo de ficción de un libro...

La verdad es que el cerebro es capaz de crear historias increibles, ¿no?

Cierta vez en mi vida, me cansaba al leer, pero me dieron el consejo de que si más no, consultara lo que me interesaba. Así lo hice, amigos, incluso durante los estudios era capaz de hacerme una idea de un libro entero con un sólo capítulo! Pues la cuestión es que si podéis leer, leáis y sino, no os agobiéis, leer menos o nada. Los estados emocionales cambian con el tiempo, y un día puede ser malo para la concentración y otro se aboslutamente perfecto. ¿Una de las cosas que me encantan leer? Las frases célebres y las biografías...

....

..

Se aproxima fin de año...
Me gustó Edie Sedwick, un libro donde toda una serie de gente da su testimonio sobre una chica de los 60. Lógicamente me lo recomendaron de jovencita y casi se convirtió en un mundo idealizado e increible. Lo de las idealizaciones tiene tela marinera. parece que todo lo que tienen los demás es mejor que lo tuyo, que son imposibles. Todo me parece finalmente debido a las carencias personales. Cuando estas no existen no nos sentimos tan lejos de los demás, los entendemos mejor. No sé por qué a veces uno se siente tan lejos...

¿Será porque lo está realmente? No recuerdo muchas explicaciones de cosas en mi infancia. Pasaron muchas cosas sin que yo interviniera... MMmmmm
Yo he vivido mis lecturas de forma muy independiente. Me servian y me sirven para aislarme del mundo. Es como ir solo a ver una buena pelicula sin interrupciones....uno se lo come y se lo piensa......comentarlo luego con algun que lo haya leido va bien o mal segun si tiene la misma vision de lo leido que tu. Quizas todo depende de como lo estas viviendo.
H: Hay que tener la mente para concentrarse. Yo tambien paso temporadas sin leer mucho o leo cosas que no me hagan pensar demasiado. No me entero.
Me alegro de leeret y te deseo un buen año.

hammered dijo:
Hola Maria de Mar
a mi me gustan varios géneros muy dispares entre sí.
desde psicología a vampirismo,históricas como mencionas.
odio la novela rosa y de detectives en general,pero por cierto hace ya bastante que no leo
A:
Leer es vida en estado puro. Pocos saben hacerlo. Hubiese querido participar en tertulias con personas cultivadas. Por supuesto como espectadora. He participado ( hace años ) escuchando discusiones sobre historia, personas y libros. Es un sueño perdido y un placer compartirlo. Nunca es tarde quizas algun dia.

Alexander dijo:
36

En la biografía que consagra al poeta Georges Perros, Jean-Marie Gibal cita
esta frase de una estudiante de Rennes, donde Perros enseñaba:

[Perros) llegaba el martes por la mañana en su oxidada moto azul, desgreñado
por el viento y el frío. Encorvado, dentro de un gabán marinero, con la pipa en la boca
o en la mano. Vaciaba sobre la mesa un morral de libros. Y esa era la vida.

Quince años más tarde, la maravillosa maravillada sigue hablando de él. Con la
sonrisa inclinada sobre la taza de café, reflexiona, recupera poco a poco sus recuerdos,
y después:

— Sí, era la vida: una media tonelada de libros viejos, pipas, tabaco, un
ejemplar de France-oir o de L 'Equipe, llaves, libretas, facturas, una bujía de su moto.
De ese fárrago sacaba un libro, nos miraba, soltaba una risa que nos abría el apetito, y
empezaba a leer. Caminaba mientras leía, con una mano en el bolsillo y la otra, la que
sostenía el libro, un poco extendida, como si, leyéndolo, nos lo ofreciera. Todas sus
lecturas eran regalos. No nos pedía nada a cambio. Cuando la atención de uno o una
de nosotros flaqueaba, dejaba de leer por un segundo, miraba al soñador y silbaba
quedo. No era una amonestación, era un alegre llamamiento a la conciencia. Nunca
nos perdía de vista. Hasta en lo más profundo de su lectura nos miraba por encima de
las líneas. Tenía una voz sonora y luminosa, un poco enfurtida, que llenaba por
completo el ámbito de la clase, como hubiera llenado un anfiteatro, un teatro, el campo
de Marte, sin pronunciar nunca una palabra atropelladamente. Tomaba por instinto la
medida del espacio y de nuestros cerebros. Era la caja de resonancia natural de todos
los libros, la encarnación del texto, el libro hecho hombre. A través de su voz
descubríamos de pronto que todo eso había sido escrito para nosotros. Este
descubrimiento venía a ocurrir después de una interminable escolaridad en la que la
enseñanza de la literatura nos había mantenido a distancia respetuosa de los libros.
¿Qué hacía entonces él más que los otros profesores? Nada más. En ciertos
aspectos, incluso mucho menos. Era sólo que no nos entregaba la literatura con
cuentagotas analítico, nos la servía en generosas copas desbordantes... y nosotros
comprendíamos todo lo que nos leía. Lo entendíamos. Ninguna explicación más
luminosa de un texto que el sonido de su voz cuando anticipaba la intención del autor,
revelaba un subentendido, develaba una alusión... Él hacía imposible el contrasentido.
Era del todo inimaginable, después de haberle oído leer La doble inconstancia,
continuar diciendo estupideces sobre el discreteo y vistiendo de rosa las muñecas
humanas de ese teatro de la disección. A donde nos introducía la precisión de su voz
era a un laboratorio, a una vivisección a donde nos invitaba la lucidez de su dicción.
Sin embargo no exageraba en esa dirección y no convertía a Marivaux en la
antecámara de Sade. Lo que no obsta para que durante todo el tiempo que duraba su
lectura tuviésemos la sensación de ver un corte de los cerebros de Arlequín y de
Silvia, como si nosotros mismos fuéramos los ayudantes de laboratorio de esa
experiencia.

Nos daba una hora de clase por semana. Esa hora se parecía a su morral: un
trasteo. Cuando nos dejó al fin del año hice mis cuentas: Shakespeare, Proust, Kafka,
Vialatte, Strindberg, Kierkegaard, Molière, Beckett, Marivaux, Valéry, Huysmans, Rilke,
Bataille, Gracq, Hardellet, Cervantes, Laclos, Cioran, Chejov, Henri Thomas, Butor...
Los cito en desorden y olvido otros tantos. ¡En diez años yo no había oído hablar de la
décima parte!

Nos hablaba de todo, nos leía todo, porque no suponía que tuviésemos una
biblioteca en la cabeza. Era el grado cero de la mala fe. Nos tomaba por lo que éramos,
jóvenes bachilleres incultos que merecían saber. Y no era asunto de patrimonio
cultural, de sagrados secretos pegados a las estrellas; con él los textos no caían del
cielo, los recogía del suelo y nos los daba a leer. Todo estaba allí, alrededor de
nosotros, hirviente de vida. Recuerdo nuestra decepción al principio, cuando abordó
los grandes, aquellos de quienes nuestros profesores nos habían por lo menos
hablado, los pocos que imaginábamos conocer bien: La Fontaine, Molière... En una
hora habían perdido su status de divinidades escolares para volvérsenos íntimos y
misteriosos —es decir, indispensables. Perros resucitaba a los autores. Levántate y
anda: de Apollinaire a Zola, de Brecht a Wilde, volvían todos a nuestra clase, vivos y
coleando, como si saliesen de donde Michou, el del café del frente. Café en donde a
veces nos ofrecía un medio tiempo suplementario. Y no porque representara el papel
de profesor-compañero. Ese no era su estilo. Proseguía buenamente lo que él llamaba
su "curso de ignorancia". Con él la cultura dejaba de ser una religión de Estado y el
mostrador del bar se volvía una cátedra tan respetable como un estrado. Nosotros
mismos al escucharlo no sentíamos el deseo de entrar a la vida religiosa, de tomar los
hábitos del saber. Nos daban ganas de leer, y sanseacabó... A partir del momento en
que se callaba nosotros desvalijábamos las librerías de Rennes y de Quimper. Y
mientras más leíamos, más ignorantes en efecto nos sentíamos, solos sobre la playa
de nuestra ignorancia y frente al mar. Sólo que con él no nos daba miedo mojarnos.
Nos zambullíamos en los libros sin perder el tiempo en chapoteos friolentos. No sé
cuántos de nosotros llegaron a ser profesores... No muchos, sin duda, y tal vez sea
una lástima en el fondo porque, como quien no quiere la cosa, nos legó un bello deseo
de trasmitir. Pero de trasmitir a los cuatro vientos. Él, que se burlaba de la enseñanza,
soñaba medio en broma con una universidad itinerante:

—Si uno se paseara un poco... si uno fuera a reencontrarse con Goethe en
Weimar, a poner de vuelta y media a Dios con el bueno de Kierkegaard, a devorarse
Las noches blancas en la perspectiva Nevski...


Pennac, D. (1997) Como una novela, Colombia, Grupo Editorial Norma. (Fragmento)
A:
Las tertulias, con gente entendida y sobre buenos temas enriquecen el libro se abren nuevas versiones.

Alexander dijo:
Tal vez un montón de libros sea la vida, pero según cómo una tertulia (sobre libros) puede ser la muerte (de los libros).

A.

Maria del Mar dijo:
A:
Leer es vida en estado puro. Pocos saben hacerlo. Hubiese querido participar en tertulias con personas cultivadas. Por supuesto como espectadora. He participado ( hace años ) escuchando discusiones sobre historia, personas y libros. Es un sueño perdido y un placer compartirlo. Nunca es tarde quizas algun dia. Alexander dijo:
36

En la biografía que consagra al poeta Georges Perros, Jean-Marie Gibal cita
esta frase de una estudiante de Rennes, donde Perros enseñaba:

[Perros) llegaba el martes por la mañana en su oxidada moto azul, desgreñado
por el viento y el frío. Encorvado, dentro de un gabán marinero, con la pipa en la boca
o en la mano. Vaciaba sobre la mesa un morral de libros. Y esa era la vida.

Quince años más tarde, la maravillosa maravillada sigue hablando de él. Con la
sonrisa inclinada sobre la taza de café, reflexiona, recupera poco a poco sus recuerdos,
y después:

— Sí, era la vida: una media tonelada de libros viejos, pipas, tabaco, un
ejemplar de France-oir o de L 'Equipe, llaves, libretas, facturas, una bujía de su moto.
De ese fárrago sacaba un libro, nos miraba, soltaba una risa que nos abría el apetito, y
empezaba a leer. Caminaba mientras leía, con una mano en el bolsillo y la otra, la que
sostenía el libro, un poco extendida, como si, leyéndolo, nos lo ofreciera. Todas sus
lecturas eran regalos. No nos pedía nada a cambio. Cuando la atención de uno o una
de nosotros flaqueaba, dejaba de leer por un segundo, miraba al soñador y silbaba
quedo. No era una amonestación, era un alegre llamamiento a la conciencia. Nunca
nos perdía de vista. Hasta en lo más profundo de su lectura nos miraba por encima de
las líneas. Tenía una voz sonora y luminosa, un poco enfurtida, que llenaba por
completo el ámbito de la clase, como hubiera llenado un anfiteatro, un teatro, el campo
de Marte, sin pronunciar nunca una palabra atropelladamente. Tomaba por instinto la
medida del espacio y de nuestros cerebros. Era la caja de resonancia natural de todos
los libros, la encarnación del texto, el libro hecho hombre. A través de su voz
descubríamos de pronto que todo eso había sido escrito para nosotros. Este
descubrimiento venía a ocurrir después de una interminable escolaridad en la que la
enseñanza de la literatura nos había mantenido a distancia respetuosa de los libros.
¿Qué hacía entonces él más que los otros profesores? Nada más. En ciertos
aspectos, incluso mucho menos. Era sólo que no nos entregaba la literatura con
cuentagotas analítico, nos la servía en generosas copas desbordantes... y nosotros
comprendíamos todo lo que nos leía. Lo entendíamos. Ninguna explicación más
luminosa de un texto que el sonido de su voz cuando anticipaba la intención del autor,
revelaba un subentendido, develaba una alusión... Él hacía imposible el contrasentido.
Era del todo inimaginable, después de haberle oído leer La doble inconstancia,
continuar diciendo estupideces sobre el discreteo y vistiendo de rosa las muñecas
humanas de ese teatro de la disección. A donde nos introducía la precisión de su voz
era a un laboratorio, a una vivisección a donde nos invitaba la lucidez de su dicción.
Sin embargo no exageraba en esa dirección y no convertía a Marivaux en la
antecámara de Sade. Lo que no obsta para que durante todo el tiempo que duraba su
lectura tuviésemos la sensación de ver un corte de los cerebros de Arlequín y de
Silvia, como si nosotros mismos fuéramos los ayudantes de laboratorio de esa
experiencia.

Nos daba una hora de clase por semana. Esa hora se parecía a su morral: un
trasteo. Cuando nos dejó al fin del año hice mis cuentas: Shakespeare, Proust, Kafka,
Vialatte, Strindberg, Kierkegaard, Molière, Beckett, Marivaux, Valéry, Huysmans, Rilke,
Bataille, Gracq, Hardellet, Cervantes, Laclos, Cioran, Chejov, Henri Thomas, Butor...
Los cito en desorden y olvido otros tantos. ¡En diez años yo no había oído hablar de la
décima parte!

Nos hablaba de todo, nos leía todo, porque no suponía que tuviésemos una
biblioteca en la cabeza. Era el grado cero de la mala fe. Nos tomaba por lo que éramos,
jóvenes bachilleres incultos que merecían saber. Y no era asunto de patrimonio
cultural, de sagrados secretos pegados a las estrellas; con él los textos no caían del
cielo, los recogía del suelo y nos los daba a leer. Todo estaba allí, alrededor de
nosotros, hirviente de vida. Recuerdo nuestra decepción al principio, cuando abordó
los grandes, aquellos de quienes nuestros profesores nos habían por lo menos
hablado, los pocos que imaginábamos conocer bien: La Fontaine, Molière... En una
hora habían perdido su status de divinidades escolares para volvérsenos íntimos y
misteriosos —es decir, indispensables. Perros resucitaba a los autores. Levántate y
anda: de Apollinaire a Zola, de Brecht a Wilde, volvían todos a nuestra clase, vivos y
coleando, como si saliesen de donde Michou, el del café del frente. Café en donde a
veces nos ofrecía un medio tiempo suplementario. Y no porque representara el papel
de profesor-compañero. Ese no era su estilo. Proseguía buenamente lo que él llamaba
su "curso de ignorancia". Con él la cultura dejaba de ser una religión de Estado y el
mostrador del bar se volvía una cátedra tan respetable como un estrado. Nosotros
mismos al escucharlo no sentíamos el deseo de entrar a la vida religiosa, de tomar los
hábitos del saber. Nos daban ganas de leer, y sanseacabó... A partir del momento en
que se callaba nosotros desvalijábamos las librerías de Rennes y de Quimper. Y
mientras más leíamos, más ignorantes en efecto nos sentíamos, solos sobre la playa
de nuestra ignorancia y frente al mar. Sólo que con él no nos daba miedo mojarnos.
Nos zambullíamos en los libros sin perder el tiempo en chapoteos friolentos. No sé
cuántos de nosotros llegaron a ser profesores... No muchos, sin duda, y tal vez sea
una lástima en el fondo porque, como quien no quiere la cosa, nos legó un bello deseo
de trasmitir. Pero de trasmitir a los cuatro vientos. Él, que se burlaba de la enseñanza,
soñaba medio en broma con una universidad itinerante:

—Si uno se paseara un poco... si uno fuera a reencontrarse con Goethe en
Weimar, a poner de vuelta y media a Dios con el bueno de Kierkegaard, a devorarse
Las noches blancas en la perspectiva Nevski...


Pennac, D. (1997) Como una novela, Colombia, Grupo Editorial Norma. (Fragmento)
Prefiero el papel suave.
De los libros al papel higienico ....donde nos vamos ....como se dice de la Ceca a la Meca. Alucinando y sonriendo. Sois geniales...

cindyloop dijo:
Prefiero el papel suave.

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